Uno se pregunta para qué sirve el Defensor del Pueblo, si la Junta ya nos defiende de todo. Pues sirve, por ejemplo, para que el drama que nos contaba con números y desfallecimiento condujera al rescate providencial del Gobierno andaluz. Elena Cortés empezó diciendo “nosotras parimos, nosotras decidimos”, y se puso frente a la derecha, la Troika, los bancos y todo el ejército del mal con ese decreto sobre la vivienda que ya sabemos que va a acabar hasta con los bajos de los puentes. Mi decreto es mejor que tu decreto, le decía al Gobierno central. A ver quién gana cuando las palabras se hagan hechos. Pero mientras eso llega, si llega, queda el debate de la contabilidad de viviendas públicas vacías. La verdad, a uno le parece un debate tomado al revés. Lo que esperamos de la consejera es que nos diga cuántas familias consiguen casa ahora, gracias a sus sortilegios, y no tanto si los pisos habitados por ecos son de los bancos, aunque se construyeran con dinero público, o son hijos incluseros de la antigua mala gestión en vivienda de la Junta, que ahora les afean su redención de pobres con el blanco insultante de sus habitaciones con alcayatas. Pero las palabras llenan más que los hechos. “Primero comer, después la hipoteca”, vino a decir también parafraseando a Cospedal. Queda hermoso, justiciero y hasta bíblico, pero no sé si conviene insinuarle aquí a la gente que no hace falta pagar…
Una vez salvados de la calle y del cartón, lo que les quedaba era salvarnos de la “educación franquista” de Wert, cuyo nombre les suena casi a disciplina inglesa. Para Mar Moreno, se quiere convertir la educación en “una carrera de obstáculos” con esas pruebas y reválidas que, fíjense, “se hacen para aprobar a unos y suspender a otros”. ¿Aprobar? ¿Suspender? ¿Qué será eso? Pronto nos enteramos de que “suspender” significa para ella “pérdida de equidad”. Luego, Segura Gómez, de IU, habló de “miedo y sufrimiento” ante los exámenes. Sí, yo los quitaba. Y las jeringuillas, también. Como el paro. Como la pobreza. Como el relente. Por decreto. A ver qué cuesta hacer un decreto derogando la realidad, con un poco de agua bendita.
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