Después
del rastro de rabia y corcho, de obreros maniquíes y tiesos con peto, de
ciclismo sindicalista y cofradías del hambre y su usufructo, nos ha quedado la
calle como para cuadros patrióticos, vamos. Mayo empieza con flores cortadas
por hoces y sigue con caballos acuchillados por panaderos. Todos necesitan
mártires y sangre hecha ortodoxia, la de los que murieron en Chicago por las ocho
horas o en Madrid por llevar tijeras de bordadora. Pero de todo aquello ya no
sé si quedan ideales o sólo láminas de almanaque y novelillas de quiosco de
estación. El Primero de Mayo es como un picnic en el cementerio de los propios
currantes y de su ideología. El Dos de Mayo da ganas de defender España con
podadera, aunque no sabemos de qué. Después de barrer la herrería de plástico que
dejó la izquierda, tocaría aplaudir a Manuela Malasaña dirigiendo el desfile
del orgullo goyesco de una manera como fallera o brasileña. Entre el confeti de
la miseria y las pinacotecas épicas, el caso es que nos vemos, como siempre,
mirando los muros quevedianos del país, cuyas grietas revienta con jardines la
primavera, como los vientres ahora.
Una
vez le escuché a Pérez Reverte que las dos grandes equivocaciones históricas de
España habían sido alinearnos con la Contrarreforma y confundirnos de enemigo
en la Guerra de la Independencia. En vez del Dios laborioso y cívico que traía
el protestantismo, preferimos el Dios de Trento, oscuro y parrillero. Luego, terminamos
haciéndole la guerra a la Ilustración por defender a reyezuelos de piñata calzonazos
o tiranos y a curas de capón y tinto (si bien los franceses nos empujaron a
ello a bayonetazos). A partir de ahí, ya siempre llegamos tarde. Y se nos quedó
una mezquina mala sangre como de envidia de bajito histórico. Celebremos
victorias, derrotas, matanzas o simples tapices, estos días con ejércitos y
murales, con mineros atlantes y héroes con sombrero de tres picos; estas
efemérides que ponen en una fecha una capa, un fogón, un castillo de popa o una
trinchera de sacos y muertos; todo esto, digo, suelo mirarlo con distancia e
ironía, como aniversarios de boda. Sirven para recordar ingenuos romances o
resignados fracasos, y quizá para retomar las ganas de amor o libertad cuando
se va ese jaleo de borrachos o matones que dan todas las fiestas e ideologías.
No participo
yo de fervores de clase, revolucionarios, nacionales ni artilleros. Pero creo
en la civilidad, quizá el único patriotismo digno. Claro que eso fastidia mucho
los cuadros e himnos de mayo. Sí que dan ganas a veces de coger una podadera,
un hocino, un gancho de porquero o de pirata contra tanto mangante, demagogo, felón,
ignorante y mameluco. Lo que parece que nos sigue negando la historia es la
madurez para, en vez de eso, enfrentarnos a ellos con la razón atrevida, la
civilidad crítica y la rectitud democrática. Aquí sólo nos sale pisar flores y destripar
caballos. Así tenemos las calles y la política.
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