5 de mayo de 2013

Hoy viernes: Pisar flores, destripar caballos (03/05/2013)




Después del rastro de rabia y corcho, de obreros maniquíes y tiesos con peto, de ciclismo sindicalista y cofradías del hambre y su usufructo, nos ha quedado la calle como para cuadros patrióticos, vamos. Mayo empieza con flores cortadas por hoces y sigue con caballos acuchillados por panaderos. Todos necesitan mártires y sangre hecha ortodoxia, la de los que murieron en Chicago por las ocho horas o en Madrid por llevar tijeras de bordadora. Pero de todo aquello ya no sé si quedan ideales o sólo láminas de almanaque y novelillas de quiosco de estación. El Primero de Mayo es como un picnic en el cementerio de los propios currantes y de su ideología. El Dos de Mayo da ganas de defender España con podadera, aunque no sabemos de qué. Después de barrer la herrería de plástico que dejó la izquierda, tocaría aplaudir a Manuela Malasaña dirigiendo el desfile del orgullo goyesco de una manera como fallera o brasileña. Entre el confeti de la miseria y las pinacotecas épicas, el caso es que nos vemos, como siempre, mirando los muros quevedianos del país, cuyas grietas revienta con jardines la primavera, como los vientres ahora.

Una vez le escuché a Pérez Reverte que las dos grandes equivocaciones históricas de España habían sido alinearnos con la Contrarreforma y confundirnos de enemigo en la Guerra de la Independencia. En vez del Dios laborioso y cívico que traía el protestantismo, preferimos el Dios de Trento, oscuro y parrillero. Luego, terminamos haciéndole la guerra a la Ilustración por defender a reyezuelos de piñata calzonazos o tiranos y a curas de capón y tinto (si bien los franceses nos empujaron a ello a bayonetazos). A partir de ahí, ya siempre llegamos tarde. Y se nos quedó una mezquina mala sangre como de envidia de bajito histórico. Celebremos victorias, derrotas, matanzas o simples tapices, estos días con ejércitos y murales, con mineros atlantes y héroes con sombrero de tres picos; estas efemérides que ponen en una fecha una capa, un fogón, un castillo de popa o una trinchera de sacos y muertos; todo esto, digo, suelo mirarlo con distancia e ironía, como aniversarios de boda. Sirven para recordar ingenuos romances o resignados fracasos, y quizá para retomar las ganas de amor o libertad cuando se va ese jaleo de borrachos o matones que dan todas las fiestas e ideologías.

No participo yo de fervores de clase, revolucionarios, nacionales ni artilleros. Pero creo en la civilidad, quizá el único patriotismo digno. Claro que eso fastidia mucho los cuadros e himnos de mayo. Sí que dan ganas a veces de coger una podadera, un hocino, un gancho de porquero o de pirata contra tanto mangante, demagogo, felón, ignorante y mameluco. Lo que parece que nos sigue negando la historia es la madurez para, en vez de eso, enfrentarnos a ellos con la razón atrevida, la civilidad crítica y la rectitud democrática. Aquí sólo nos sale pisar flores y destripar caballos. Así tenemos las calles y la política.

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