9 de mayo de 2013

Ouroboros: El socialismo tongo (07/05/2013)



Umbral llamaba a lo que hizo Felipe González “socialismo welter”. Más o menos, hablar con gorra y herencia de obrero mientras usaba las mañas de la derecha para juntar muelas de oro y hacer crecer el dinero de su propia ambición. La modernidad de González fue darse cuenta, simplemente, de que en España como en el mundo ya no se podía funcionar dando de comer guitarras con arañas ni libritos de Mao ni martillos de mármol teóricos. Él no inventó la socialdemocracia, pero, teniendo en cuenta que el PSOE no renunció al marxismo como ideología oficial hasta 1979, sí la trajo a una España que sólo parecía conocer el espadón con crucifijo y el bigote bolchevique. Hacía falta el dinero, hacía falta Europa, y hacía falta hasta sentarse sobre cañones como marineros de musical, de ahí la repentina necesidad de la OTAN como de una novia. Con Solchaga, que parecía más hombre del tiempo que ministro, se hicieron reconversiones industriales y se inventó el pelotazo como venerable institución carpetovetónica. A España no la conocía ni la madre que la parió, ni a cierta izquierda la reconocían sus fundadores barbiespesos, apenas dioses filisteos. Luego, el socialismo welter fue sustituido por la derecha de rebequita sin que se moviera el dinero ni cambiaran sus hormigoneras y, por fin, la crisis se unió con el nuevo socialismo bobo para dejarnos ahora buscando líderes para el PSOE de esta decadencia noventayochista.

Felipe González tuvo reflejos y fue capaz de ir renunciando a las siglas bordadas del PSOE porque España no podía seguir pareciendo la Eurovisón de Massiel pero con rosa obrera. Luego se equivocó gravemente, pero tuvo visión de Estado, no como sus sucesores. En lo que a Andalucía respecta, las dos ramificaciones del socialismo han sido igual de aciagas: el zapaterismo, perfumista y ñoño; y el chavismo, paralítico y tragantón. Griñán no sé si merece una categoría aparte, ya que sólo es la radiografía final de nuestra artrosis institucional. Eso sí, quiere rodearse de juventud, aunque una juventud no de ideas, sino de tipito. Porque Mario Jiménez y Susana Díaz son rancios de una manera guerrista, chusqueros de una manera pizarrista y huecos de una manera zapaterista, formando ellos solos toda una horda apocalíptica. Ya no son ninis, sino canis, que hasta Mario Jiménez habla como Flaman, incluso en el Parlamento.

Griñán no ha sido nunca el ateniense que una vez llegué a imaginar, sino un cobarde que vio un partido podrido y, en vez de intentar regenerarlo y darle con eso una oportunidad a Andalucía, se acomodó entre las mondas. Sólo le faltó, para abandonarse definitivamente, constatar que ni siquiera la aceitosa hartura de Zapatero y su fracaso happy podían desalojar al PSOE andaluz del poder. Bastaban la víbora de la derecha, el discurso de las gachas de los pobres, el paternalismo curil, el victimismo arrecido y una propaganda capaz de conciliar miserias y pináculos. Y aquí, en el peor socialismo, el del triunfo del fracaso, el que se complace en las mañas y las pocas luces de matoncillos de recreo; este socialismo mosca en resultados y sumo en gorduras, rey de harapos y remiendos como en Hamlet; aquí, dice Griñán, cansado de todo excepto de su propia nada, que “hay mejores candidatos a secretario general que los que suenan”. Deben de ser candidatos con un puñal tras los que conocemos, o Griñán se ha propuesto destruir lo que puede quedar de valioso en el PSOE, o simplemente no sabe lo que dice o dice las cosas según el sonido de mandolina que le devuelven sus mármoles.

El socialismo welter de González era un intento de socialdemocracia moderna y ligera en un país que todavía era una colegiata de antiguas ideologías. Ahora tenemos un socialismo grogui en el que, encima, una cuarta parte es el andaluz, a la vez mosca y monstruo. Y Griñán aún sueña con que lideren el partido sus paquetes y tongos.

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