Los grandes sindicatos se han convertido en chatarreros del paro, burócratas de sus huelgas, paseadores de ataúdes y fotógrafos de salón. Uno ya no se los cree desde que sus motines y sus silencios se alternan, se contradicen y salen a subasta; desde que los trabajadores, reducidos a invocación abstracta y barata, son su medio y no su objetivo; desde que zumban alrededor de los partidos y del poder político, y, sobre todo, comen de ellos. Han traicionado su historia, se han aburguesado, han terminado convertidos en empresas de pegatinas y mudanzas, y, ahora, van cayendo en el mismo barro de toda la política. Ni monjes del tajo ni guerrilla del pobre, sólo otro negocio con intereses, prole, enjuagues y bolsillos. Metidos en los ERE falsos y sacando de la formación de los parados dinero para su tabaco, su peluquería o su culto, se han incorporado definitivamente a la decadencia y la sinvergonzonería global que nos asola.
No sé cómo se explicará UGT. Ni la Junta, parte pagadora silenciosa como suele. Igual el sindicato presume de calzas de Robin Hood. Al fin y al cabo, todo es por el bien de los parados. Incluso puede ser más importante para el desempleado el que UGT propague sus homilías y encemente sus barricadas que recibir cursos de madera, mueble y corcho como informa la revista. Trabajo y diálogo social es una publicación efectista pero algo cutre. Mucho mejor la revista Unión, también de UGT. Un lujo de maquetación, infografía y diseño. Veo allí publicidad de formación y orientación con trabajadores trazados en un rosa de granizada, y brazos que rompen cadenas hechas con eslabones de euros. Pero también anuncios del Banco Popular o de aseguradoras. Por el bien de la clase trabajadora se puede aceptar dinero del capitalismo o rebañar de algún cajón público que estaba para otra cosa. Luego, en papel, la lucha obrera queda preciosa. Parece una heladería.
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