Campaña televisiva. La campaña, larga, faltona, plasticosa, ha tenido en la televisión su estrella y su emboscada. La televisión ha agrandado o quizá incluso a veces ha tapado la saliva, el hierro, la farsa y la verdad de este gran zafarrancho, pero nos ha transmitido la electricidad de las elecciones como hacía tiempo que no ocurría. Después de esta legislatura de la revancha y del odio, tuvimos el clímax de las películas, con los espadachines en la escalera. Recordaremos esta campaña tan televisiva por mostrarnos de nuevo a unos candidatos por fin vivos, hablándose cara a cara. En Andalucía, sin embargo, hay dos cosas que lamentar. La primera, que el debate nacional ha aplastado o empequeñecido el autonómico, que en ocasiones sólo parecía acarrear los votos hacia Madrid. En los informativos de Canal Sur, compartiendo el plano y el postre, la izquierda de Zapatero y la de Chaves se fundían en la misma, sin serlo, tanto como en sus palabras se hacían equivalentes la derecha de Rajoy y Arenas, de lo cual también tengo mis dudas. Demasiadas veces, la suciedad de la legislatura, ajena a nuestros problemas, se ha mezclado con la munición de aquí. Además, hemos sido invisibles para el resto de España. Lo segundo a lamentar es que Canal Sur ha demostrado, nada menos que con cuatro sanciones de la Junta Electoral, la parcialidad y el sometimiento al PSOE que ya nadie dudaba. Aún tuvimos que ver, en la última entrevista a Chaves, cómo la misma Marta Paneque que intentó acorralar a Arenas con todos los tópicos de la derechona, le hacía al presidente andaluz las preguntas exactas para su lucimiento o para su justificación, utilizando hasta sus mismos términos (“desaceleración económica”, por ejemplo). Casi lo puso de tío bueno cuando le preguntó si “necesitaba sentirse en forma”. Ahí ha estado, espejado en su televisión, el régimen que tanto niegan ellos.
Mi voto. Mientras veo el informativo del mediodía en Canal Sur, donde las elecciones parecen ya dispuestas en su tapete, me llama mi madre y me pregunta, tal cual, a quién hay que votar. Me enternece su ingenuidad y pienso cuántos en Andalucía estarán así. Le contesto que vote a quien le parezca, pero ella quiere saber qué voy a votar yo, y se lo digo. “¿Eso cómo va a ser?”, se sorprende. Sonrío, le mando un beso y cuelgo.
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