La cara del día. Creo que fui adivinando los resultados de las elecciones andaluzas al ver a los candidatos votar, con la cara de pragmatismo que dejaba el día. Se les transparentaba en el ánimo lo que ya decían las encuestas y por eso Chaves votó con suficiencia, Arenas lo hizo con esperanza o lejanía, pensando en otros plazos, y los demás, quizá, sólo como conjuro. Parecía que recurrían a la magia Valderas, que besó su papeleta como un relicario, y Julián Álvarez, con el amuleto de ese jersey verde que le ha convertido durante toda la campaña en una especie de Evo Morales o ardillita parlante de nuestras esencias, aunque con vocación más de gamusino que de alternativa. Ver echar mano de esa pequeña brujería contra el poder asfixiante del PSOE me dio tristeza. Cuando en Telecinco, a mediodía, subrayaron que los socialistas gobernaban en Andalucía desde 1982, se diría que hablaban de los Austrias, y eso son muchos lanceros contra los que luchar. Sí, era como si fueran todos con pereza a la misma foto de siempre. Excepto Álvarez, claro, que sólo iba a su entierro, después de haber ido tomando a lo largo de la campaña, cada vez más, una postura de cadáver decapitado y pisoteado por sus zapatos de colores.
La realidad. Escuchando a los partidos andaluces a medida que se conocían los resultados, estaba claro que nadie esperaba la sorpresa, el milagro, sino más bien sólo una confirmación, como para irse ya a casa tranquilos y con la tarea hecha. Bueno, nadie o casi nadie. El PSOE contaba su mayoría como el parte meteorológico o una carta a los corintios. El PP hizo el discurso previsible de su subida, un poco consolador y un poco ensayado, y la verdad es que no creo que aspirara a más. IU se felicitó por aguantar “el vendaval del bipartidismo” y sólo CA daba pena agarrándose todavía a sus sondeos, que le daban incluso grupo propio en el parlamento, hasta que los hechos los hundieron. Todo ha quedado igual o quizá aplazado, y era esta realidad estancada de Andalucía la que se apoderaba de la noche como sargazos.
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