18 de septiembre de 2013

Ouroboros: La chistera (17/09/2013)


Llevar chistera siempre me ha parecido algo como de deshollinador de musical. Ir con chistera es como llevar en la cabeza el podio de los pies, una dama sentada, un paso de baile, el ataúd de una chimenea, una olla de palomas, un escritorio con tintero o un personaje de Víctor Hugo. O eres un mimo en La Rambla, o eres un bailarín muerto, o eres Juan Tamariz, o eres Carlos de Inglaterra. A partir de ahí, las chisteras son capuchones a rosca para caricaturas. Hay quien, con chistera, lo que parece es un boy en una despedida de soltera. Pero seguro que es porque soy poco fino. Estoy acordándome de la boda de Fran Rivera con Eugenia. Toda una Duquesa de Alba, ante quien la Reina de Inglaterra es sólo una palanganera, a mí me parecía Omaíta en el casamiento de la Devo. Su hijo, Cayetano, diría que iba de presentador de circo o de peluquero de lujo de caballos. Y a su hija, Eugenia, sin duda la habían vestido para la boda en Disneylandia, en una caseta frente a un castillo hinchable. Como seguro que en realidad iban todos elegantísimos, cosa que dan los títulos, la clase y todos sus muebles con volutas en las patas, es que no tengo ni idea de eso.

Chistera y chaqué tienen dos ches que suenan a chuminada, pero eso es lo que hay que vestir cuando la clase se le puede salir a uno por la cabeza o el pernil, como al champán destapado. Esto habrán pensado en la boda rondeña de Fran Rivera y Lourdes Montes. La clase adecuadamente embotellada, la elegancia con todos sus forros, que si no se vuela como una gorra, menuda vulgaridad. Por eso los hombres tenían que ir con chaqué y chistera, y las mujeres de corto y con tocado, a ser posible del modelo ensaladera o ave atrapada en un cepo. No era una boda, sino un anidamiento en masa, con tanto pingüino y tanto palomo. Eso sí, todo finísimo. La novia llegó en un Rolls verde con las lunas tintadas (¿pondría detrás “turbo” con letras de llamas?) y uno se imagina cisnes de hielo, templetes adornados con cintas y guirnaldas, y tartas imitando fuentes o fuentes imitando tartas. Miren si fue elegante que estaba invitado Farruquito, que es capaz de llevar más encajes que la novia. Y César Cadaval. Y José Manuel Soto. Gente que uno no se puede imaginar sin chistera (hay otros a los que no te los imaginas con ella, como Fernando Alonso, que por eso no fue). También estuvo Eva González, novia de Cayetano Rivera, como una princesa de los geranios. ¿Cómo vas a quitarle a esta gente su chistera de charol, su pamelón como un sombrajo derretido, su traje como cosido aún al perchero? Sería dejarlos sin piel, peor que quitarles el meñique estirado o el gintonic con adelfas. No estaban vestidos para una exclusiva, domo dicen, sino para retratar a la auténtica aristocracia de este país, una aristocracia como dos tallas más grande que cualquier otra. La elegancia está en esos detalles. Yo quizá soy poco fino, pero ya me voy enterando de qué va la cosa. La finura es que parezca que a todos les falta el caballo, el muerto, la varita mágica o el maletín de facturas.

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