Blas Infante es un cristo con banderas y ya digo que a mí no me gustan ni los cristos ni las banderas. Pero no se trata ahora de florear las patrias o de renegar de ellas. Yo no creo en patrias y menos en que tengan padres con forma de paloma, silueta de escribiente o alma de aceituna, pero eso es sólo mi opinión. Lo que sí es cierto es que a Blas Infante lo han hecho algo así como hermano de Hércules o de sus leones peluqueros, un mito fundacional interesado que sirve para amazacotar el concepto de Andalucía y para que los políticos manejen su herencia, que no es tanto una serie de ideales o sentimientos sino la misma legitimidad para hablar en nombre de esta tierra, cosa bastante más peligrosa que tierna. Es por esto, y no por fidelidad al espíritu o a la intención de Blas Infante, que los partidos se pelean ahora por quién quiere más al padre y quién llora más y mejor entre sus piernas de ahorcado. No estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dijo este hombre que se ha convertido en catafalco y en carroza de Andalucía, pero eso no importa. Importa recordar sus objetivos, sus aspiraciones: justicia, igualdad, dignidad para unas gentes castigadas y pobres que pueden o no formar un pueblo o una patria, pero cuyas necesidades eran y son realísimas, entonces y ahora. Los políticos escombran el verano con patrañas y muertos gloriosos, se comen las flores o mandrágoras repugnantes que les nacen en la tumba, se suben a sus caballos, les roban las banderas. Los he visto depositar ramos y llorar falsamente como algunas viudas entre sus perlas. Se casan de luto, un año más, con Blas Infante, para volver a dar hijos traicioneros y olvidadizos. Sabemos que nunca hay que creer lo que se dice en la cama ni en los cementerios.
12 de agosto de 2008
Los días persiguiéndose: Viudas entre perlas (12/08/2008)
Es un cristo con banderas y a mí no me gustan ni los cristos ni las banderas. Blas Infante, jarrón de flores, acerico de mástiles, ceniza encajonada, símbolo gladiador, campana del andalucismo, está como en su entierro eterno, llevado y traído por los políticos con el tamaño de bronce de los muertos. Los muertos tienen una gran capacidad fundadora y los vivos tienen un hambre insaciable de huesos, y entre una cosa y la otra se han levantado religiones, ideologías, patrias y muchas estatuas de todo ello, pues quizá todo se queda en la estatua, que es lo único que pesa de esas ideas, ya sean verdaderas o falsas, honradas o malvadas. Los políticos se convidan al muerto de Blas Infante, quedan o faltan para adecentar sus parterres igual que su peinado, se visten de novia o de florista, esperan que reverdezca su espíritu en una rama y forman junto a él algo como una obra con hormigonera. Un domingo de cal y rezo que seguramente no hace ni política ni patria ni hijos, sino verdina en la estatuas y cotilleo de funeral, tan perverso. El amaneramiento alrededor de los cadáveres siempre resulta enfermizo, como en aquella ópera de Korngold, La ciudad muerta, con ese marido obsesionado con su mujer fallecida, su fantasma o su reencarnación. Escenificar la Andalucía viuda puede ser simbólico y macabro, tierno e hipócrita, sentimental e interesado, pero lo peor es que sea inútil. Alguien tendría que decirles que no se trata de pasear espectros, saludarlos con el sombrero o escupirles a la cara. Ya hay demasiados fetichismos en política y éste de cementerio es de los peores, aunque suene a poema de Poe. Bastaría que trabajaran más por Andalucía, en vez de ir a colgarle exvotos al pobre Blas Infante, que ya carga con el pelo podrido y los bragueros desarmados de todos los andalucismos esencialistas, melancólicos, funcionariales, orgánicos, folclóricos o conversos que hemos ido dando.
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1 comentario:
En la cama desde luego que no...
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