José Tomás no desentona con este verano de suicidas ni con esta cultura nuestra de la muerte como una madre. No voy a hablar de toreo, porque no sé, aunque pienso que para ver en la tauromaquia la carnicería sádica que dicen los ecologistas margaritos hay que ser un zoquete. Allí están el tótem, la caverna iniciática y el dragón por vencer (uno mismo). Que sea o no arte, en eso no entro. No voy a los toros como no voy a las carreras de caballos: esa estética de lo quieto o de lo veloz no me compensa ante el circo de pamplineo y rancidumbre, de castas y escalinatas, con que se rodean. No, no voy a hablar de toros, pero José Tomás tiene la silueta y la vocación de todos los dioses hispánicos, del cristianismo de pies ensangrentados y huesos quebrados, aunque él no es beato, no se amortaja en las capillas ni se mete estampitas en el paquete. Enamorarse de la muerte como de la más morena de todas las mujeres es la vanidad de estos dioses con postillas y José Tomás se bebe su cáliz y sale un poco yacente a los ruedos, a fundar de nuevo esa patria de sufridores en la que se reconoce cierta España más flagelante que heroica. José Tomás se está haciendo un dios como sabe que hay que hacerlo por aquí, y eso no es locura sino tradición. Sobre heridas gloriosas, sangre macerada, sacrificios orgullosos y martirologios de la historia se han levantado imperios, iglesias, nacionalismos, políticas, líderes, camelos. Andalucía misma es la larguísima postración de un doliente o un descabalgado, y ha terminado seducida por su desgracia y sus cicatrices hasta el punto de definirse en ellas. Se llama síndrome de Münchhausen a esa enfermedad que empuja a inventarse o provocarse dolencias para obtener atención o cariño. Seres todopoderosos, santos torturados, artistas hacedores de silencios y hasta pueblos colgados por su ingle quizá cayeron en eso. Los dioses hispánicos tienen que supurar o morir para serlo. Pero yo afirmo que es inmoral construir la existencia sobre el sufrimiento. Ni la eternidad lo merece.
14 de agosto de 2008
Los días persiguiéndose: José Tomás, dios hispánico (14/08/2008)
En El Puerto de Santa María pusieron estos días una enfermería para dioses, que aquí cuando se hieren sangran claveles en agua bendita y pañuelos de mujer morena. Hay un modelo grecorromano de dios o de héroe, que es el que vemos en Pekín persiguiendo sirenas hundidas, cincelándose los muslos o abrochándose el viento en la clavícula como una túnica, y otro modelo hispánico que es un Corazón de Jesús abierto desde el cuello, un bailarín atravesado por los cuernos de la luna o un poeta borracho de su sangre panificada. Los dioses clásicos eran carreristas y rijosos, con alas en los tobillos y falos adornados con acanto. Amontonaban las nubes, conducían el carro del sol y se beneficiaban a las mortales atravesándolas con un caduceo, todo en la misma gimnasia. Fue el cristianismo el que impuso a los dioses llagados, apaleados, cosidos, castrados y vencidos. Es la pulsión de muerte, que diría Michel Onfray, auténtica contramoral al nietzscheano modo que además se convierte en estética. Aquí hacemos barroco con la sangre y por eso los dioses heridos o muertos parecen candelabros. La religión con sus empalamientos, las ideologías con sus fusilados y hasta el arte con sus locos o flacos autodestructivos, están llenos de la gloria del morirse o del sufrir, opuesta a la gloria del vivir y el gozar: gozar es malo, pecaminoso, aunque no haga daño a nadie, y lo virtuoso es vivir con el cuerpo a tiras, vivir con asco de vivir, el morir por no morir teresiano, el morir cuchillero de la santidad.
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