No es extraño que los estudios demoscópicos nos hablen ahora de “clima de desconfianza” entre los andaluces o de descrédito general de nuestros políticos. No ayudan los ministros haciéndose fotos como sotas, curando por el aura, rezando a las flautas y a las linternas. Miguel Sebastián quiere solucionar la crisis regalando bombillas y Chaves “cogiendo al toro por los cuernos”, pero así lo que sale es un picasso, no una solución. Usan la magia, el camelo, la dádiva y la estupidización que fomentan en la sociedad con el aniquilamiento de la enseñanza pública, la vulgarización de la cultura y el reinado del forofismo político. No sólo se disfrazan de pitonisos, sino que usan su misma lengua de humo. Nos enteramos de que en el Parlamento andaluz quieren organizar un curso de oratoria porque los políticos hablan como macarras. Sin embargo, el Trivium de los antiguos ya nos decía que la retórica necesitaba de la gramática, pero sobre todo de la lógica. No hay lógica en sus discursos, no hay inteligencia en sus actos, sólo organizan piñatas que ellos se empeñan en seguir llamando política, ante el público infantil y cegado que se han fabricado para perpetuarse. Ni ministros ni gobernantes, sólo vírgenes de los desamparados, curanderos de jarabe, salvadores visionarios, mujeres de Delacroix, alegorías con cayado y pretendidos portadores de la luz que sólo parecen mineros. Un Gabiente, en Madrid o aquí, como un Tarot loco. Antes de que la Iglesia se inventara al Diablo parrillero, un Lucifer que no tenía nada que ver con satanismos simbolizaba la inteligencia y el espíritu (el espíritu no como sustancia, sino como voluntad). Miguel Sebastián, con traje de bombillas, no es el portador de la luz, sino otro cerillero del pensamiento débil.
4 de agosto de 2008
Los días persiguiéndose: El portador de la luz (3/08/2008)
He visto a Miguel Sebastián posar en estas páginas como el portador de la luz y me he dado cuenta de que el Gobierno es una pasarela de musas y sus novios. Llevar un país debería parecer un trabajo ferroviario, manejar pesadas ruedas con las manos y la inteligencia, honrados por la tizne. Pero los ministros del zapaterismo se conforman con ser inspiración, alegoría, pinacoteca. Hablé de los ministerios simbólicos cuando irrumpió Bibiana Aído, que no es una sierva de Apolo/Zapatero como Briseida, ni una tejedora de banderas revolucionarias, sino una ministra perfume, una portada dominical, apenas un pestañeo, una idea envuelta en gasa. Para seguir haciendo de la política metáfora, Miguel Sebastián se ha vestido también de icono, de escudo, levantando sus bombillas o antorchas griegas, un poco entre el olimpismo y los mitos fundacionales del ser humano, pero como en calzoncillos de todo ello. El portador de la luz era Lucifer, nada menos, según ciertas leyendas amo del fuego y del espíritu. No la personificación del mal, sino de la inteligencia, contrapeso a Adonai, el amo de la materia y de la tierra, que creó al hombre con la intención de hacerlo su esclavo. No está lejos de simbolizar lo mismo el mito de Prometeo. Pero dejemos a Dios y al Diablo, que al fin y al cabo son vecinos y están en el mismo negocio. Lo que quiere uno decir es que hasta pretendiendo ser simbólico, esto es demasiada mitología para Miguel Sebastián, que parecía que formaba parte de un calendario de electricistas. Si esas leyendas nos querían contar que la inteligencia y la insurrección nos alejan de la servidumbre a dioses u hombres, Miguel Sebastián, coronado de luces, representa a un Gobierno que precisamente ha sustituido la inteligencia por una suerte de fe buenista, la rebeldía por la complacencia y la acción por el posado, para condenarnos a una esclavitud de palabrería y campanillas.
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