La tragedia masticada. Ya sabemos cuánto le gustan los muertos a la televisión, que le pintan cuadros de ángeles, piedades de hospital y expresionismo con madres. No importa qué catástrofe sea: el rigor y el respeto siempre acaban desbancados por la seducción que ejerce ese morbo de tanatorio, ese embeleso algo gótico como el que tienen las tumbas de los novios o de los niños. Gran tragedia la del avión de Spanair, tanto que casi resultaba ofensivo el empeño de Carlos María Ruíz en las noticias de Canal Sur por llamarlo “terremoto con epicentro en Barajas” y otras tonterías de corte orogénico. Gran tragedia que, como siempre, la televisión masticaba con regusto obsceno y lentitud de entierro. Vi a Rafael Cremades sustituir a sus caricatos oligofrénicos por psicólogos diseccionadores del dolor, accidentados sobrevividos y pilotos mal aterrizados para que nos detallaran las depresiones y pesadillas de las víctimas y los familiares, la angustia del que se estrella, la asfixia del que se muere, las historias y posturas de los quemados y los amputados, todo horrible como un desfile de prótesis. “Uno de los bomberos contaba cosas tan duras y tremendas como esto...”, introducía por ejemplo Cremades, para que luego pasaran una lupa por cada cadáver, cada grito, cada vida truncada y cada superviviente de milagro. “¿Usted cree en Dios, en el destino...?, le preguntaba, ridículo, pitoniso, a alguien que se salvó porque cambió el día del vuelo. La cámara lenta que deja la muerte o su roce, insistente en el detalle enfermizo, en las imágenes macabras, con ese repelús como de ver una astilla clavada en un ojo, todo manejado largamente por Canal Sur con el agravio de presentarlo como información, homenaje, recuerdo y respeto, cuando era canibalismo. No fueron muy diferentes las noticias. En las del sábado, eligieron el primer plano de una mujer llorando, vencida y desconsolada, para que una voz en off terminara de amontonar el dolor como en un carro trapero con estas palabras simples, groseras, casi insultantes: “Historias, unas que reconfortan, otras que provocan más tristeza. Es la cara humana (!) de esta tragedia”. ¿“La cara humana”, cómo si sólo hubieran estado hablando de la vida de un circo? Sí, los muertos gustan a la televisión. Canal Sur, especialista en el morbo, parecía que exprimía concienzudamente cada uno, y el asco por esto se me sumaba al inmenso sufrimiento de almas en hierros con que quedó arrasada la semana.
Tumbing contra la crisis. Chaves hablaba y parecía que tenía todavía las chanclas puestas, a pesar del traje. De vuelta de la playa como un hawaiano, su reunioncita había despachado la crisis en un rato, con esa prisa de cuando hay partido luego. Todo va estupendo y pueden volver a su verano de bicicletas. Así nos lo explicaba el locutor de Canal Sur: “El paro ha subido en la comunidad por debajo de la media nacional. El momento adecuado en el que se puso en marcha el paquete de impulso económico, y lo adecuado del contenido de las medidas aprobadas, son la razón para Chaves de que los resultados ya se estén notando”. Más bien lo que notamos es el sesgo de la redacción y el morro engordado por picaduras agosteñas de nuestro presidente. Andalucía aportó el 52% de los parados españoles en julio, llegando al 24% del total del país a final de mes, y sin embargo, era la tasa interanual, dos puntos inferior a la media de España, el número inactual y casi anecdótico que usaban para declarar que aquí la crisis ya la estamos espantando, a pesar del mesecito de tumbing que se han tirado. Como era de esperar, tras esta buena nueva, ninguna opinión crítica nubló en las noticias de Canal Sur el horizonte de nuestra felicidad.
Nostalgia emigrante. Locos por el fútbol nos ofrecía un reportaje sobre una peña cadista de Barcelona, la gracia de un balompié de papas aliñás y chirigotas trasplantado allí. Pero algo más dejaron unas sentidas colombianas que cantó al final un andaluz emigrado: “El recuerdo, la esperanza de regresar algún día a la puerta de mi casa, y quedarme toda mi vida”. Vaya Andalucía imparable ésta, que sigue obligando a sus hijos a marcharse fuera para sobrevivir y a cantar con lágrimas de vino y nostalgia la desdicha de un volver tan imposible como deseado.
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