Suelo prevenirme ante ciertos abanderados impostores de la democracia y ciertos escupidores del insulto “antidemocrático” o incluso “fascista”. ETA habla de “solución democrática” para su locura, y siendo ellos puro fascismo, les encanta señalar como “fascistas” a los demás. En otro nivel, por supuesto, hasta a Chaves le hemos escuchado convertir la mentira en verdad y absolverse de incumplimientos, tropelías, despotismos y arbitrariedades con el argumento de que ellos habían “ganado en las urnas”. Hasta Antonio Pina, el que fue presidente del comité de empresa de Delphi y ahora se arrima tan oportunamente al PSOE, usa la gran palabra para desactivar las críticas hacía él: “Claro que esto es democracia y tal vez eso no lo tengan claro desde donde pretenden desacreditarme”, ha dicho. Ya ven qué burdo es el argumento y qué barato se compra aquí ser demócrata. La crítica a su venalidad, a su dócil alineamiento, a su sumisión al poder político en contra de los propios intereses de los trabajadores que dice representar, es capaz de convertirla nada menos que en ataque a la Democracia, en insulto a su templo. Vean aquí la medida y el valor de su concepto. Pero no nos sorprende, ya conocemos a muchos conversos, trepas, aprovechados y listillos que además van de pedagogos de la libertad.
Leyendo lo de Antonio Pina, he recordado de repente el sueño bastante extraño que tuve anoche. Me encontraba en un salón acapillado que yo sabía que pertenecía a una especie de movimiento neonazi, aunque no había esvásticas, sino, curiosamente, estandartes con el logo de los Juegos de Pekín (ay, el subconsciente...). Estaba delante de su líder, un ario gordo y de un rubio pringoso, y yo intentaba argumentarle, con toda la seriedad de que era capaz, la inmoralidad de su ideología. Hasta que me dijo “defendemos la superioridad del Norte”, ya ven, y yo le pregunté (qué cosa) si se refería al Norte geográfico o al magnético. Supongo que ante ciertas actitudes y tesis ridículas sólo cabe el humor, que a mí me sale hasta soñando. Lo de Antonio Pina es de risa, pero nos enseña hasta qué punto falta aquí verdadera cultura de la democracia, sobre todo en los que viven a costa de su nombre, tan emputecido. No, lo suyo no es que sea ilegal, ni ilegítimo. Sólo me parece despreciable, indecente y, aún más, obsceno. Y hasta que estos supuestos demócratas de interés y sueldecito instauren el Ministerio de la Censura o la Policía de la Verdad, esto se puede decir sin que tengan por ello que fusilar a nadie con los fachas y los legionarios tuertos. Cosas de la libertad.
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