1 de diciembre de 2008

Los días persiguiéndose: Crucifijos (1/12/2008)

Yo no recuerdo si había crucifijos en el que fue mi colegio en EGB, colegio público, grande y de barrio, lleno de huecos para pájaros y para golfillos. Recuerdo mapas con los meridianos arrasados, murales de dicotiledóneas, paredes con grifos y paraguas, una como zapatería de balones en un cuarto... Pero no sé si había crucifijos, aunque quizá sí había alguna foto del Rey, un poco azul de lo que le contagiaban los océanos de ceras, pintados a su lado. Recuerdo hasta la trenca de una niña que me gustaba, pero no si había crucifijos. De todas formas, seguro que su presencia o su ausencia de espada que está o que falta no ha tenido mucho que ver en lo que soy o no soy, igual que aquel retrato del Rey no me hizo ya monárquico ni republicano. Podría haber un crucifijo o podría haber otro armario, esos armarios de mis clases, llenos de rollos y compases como los de un almirante de marina. Si lo había, no me impuso ningún Dios, y si no, tampoco me lo quitó como la merienda. Yo me despedí de los dioses bastante más tarde, sin acordarme para nada de si en el colegio ya me vigilaban o me afilaban los lápices. Ese crucifijo que está o no, pues, no es importante en el sentido de algo que determina, que contagia o tatúa para siempre. No es importante... pero a la vez sí lo es.

La laicidad no es antirreligiosidad, no es hacer teas con los dioses para quemar por los pies a los creyentes. Quien piensa eso, se equivoca. Claro que buena culpa de este malentendido la tiene cierta casta política que ha bobeado tanto como ha escupido con este concepto mal usado y esgrimido (incluso con hipocresía), hasta hacer que parezca un látigo de los ateos y una venganza de los comecuras. Pero yo conozco mucha gente profundamente religiosa que defiende la laicidad tanto como yo. Precisamente porque son gente también profundamente demócrata y tolerante, y entienden que el espacio de lo público no puede estar tutelado, presidido, referenciado, por algo que sugiera que hay una manera de pensar, sentir o creer (dentro de la legalidad y de la razón) superior o preferida o preeminente a otras. Sí, porque eso supondría la discriminación y el menosprecio de las demás opciones y de los individuos que las eligen. La laicidad, lejos de ir contra la religión, protege la libertad religiosa. Asegura que cada cual pueda tener sus propias creencias y practicarlas libremente sin sentirse coaccionado por el Estado y sin verse por ello considerado ciudadano de segunda ni, claro, al contrario, tampoco elevado a ciudadano “de primera”, ciudadano “normal” frente a otros “anormales” o “raritos”. Y no, no tiene esto nada que ver con las mayorías. Imaginen lo absurdo que sería que los padres de un colegio catalán votaran que, puesto que la mayoría de ellos es del F. C. Barcelona y que éste es un club muy arraigado en su tradición y cultura, que incluso representa “valores” universales ajenos al fútbol, se colocara en las aulas su escudo... Imaginen a alguien del Espanyol protestando y siendo tachado por eso de... ¡intolerante! ¿Les parece un ejemplo extremo, ridículo? ¿Y si pensamos en un colegio de Ceuta en el que los padres votaran que debe colocarse en las aulas la media luna? ¿Y si viéramos el Parlamento andaluz presidido por el logotipo del PSOE? ¿Y si un día una mayoría decidiera que hay que imponer la sharia como ley?

Yo llegué a ser como soy no porque hubiera o faltaran crucifijos en mi niñez ni en mis calles, que los hubo. No se modela al ser humano tan fácilmente, sólo por exhibirle o quitarle de la cara cruces o estatuas o banderas. Pero aun así, el respeto a la libertad de conciencia, a la consideración de todos como miembros de la sociedad en completa igualdad, no puede llevar sino a esta laicidad. La laicidad no ataca a la religión. Eso sí, fastidia mucho a quienes siguen queriendo imponer a los demás sus creencias y que el Estado les deje los balcones y les pague la fiesta.

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