La laicidad no es antirreligiosidad, no es hacer teas con los dioses para quemar por los pies a los creyentes. Quien piensa eso, se equivoca. Claro que buena culpa de este malentendido la tiene cierta casta política que ha bobeado tanto como ha escupido con este concepto mal usado y esgrimido (incluso con hipocresía), hasta hacer que parezca un látigo de los ateos y una venganza de los comecuras. Pero yo conozco mucha gente profundamente religiosa que defiende la laicidad tanto como yo. Precisamente porque son gente también profundamente demócrata y tolerante, y entienden que el espacio de lo público no puede estar tutelado, presidido, referenciado, por algo que sugiera que hay una manera de pensar, sentir o creer (dentro de la legalidad y de la razón) superior o preferida o preeminente a otras. Sí, porque eso supondría la discriminación y el menosprecio de las demás opciones y de los individuos que las eligen. La laicidad, lejos de ir contra la religión, protege la libertad religiosa. Asegura que cada cual pueda tener sus propias creencias y practicarlas libremente sin sentirse coaccionado por el Estado y sin verse por ello considerado ciudadano de segunda ni, claro, al contrario, tampoco elevado a ciudadano “de primera”, ciudadano “normal” frente a otros “anormales” o “raritos”. Y no, no tiene esto nada que ver con las mayorías. Imaginen lo absurdo que sería que los padres de un colegio catalán votaran que, puesto que la mayoría de ellos es del F. C. Barcelona y que éste es un club muy arraigado en su tradición y cultura, que incluso representa “valores” universales ajenos al fútbol, se colocara en las aulas su escudo... Imaginen a alguien del Espanyol protestando y siendo tachado por eso de... ¡intolerante! ¿Les parece un ejemplo extremo, ridículo? ¿Y si pensamos en un colegio de Ceuta en el que los padres votaran que debe colocarse en las aulas la media luna? ¿Y si viéramos el Parlamento andaluz presidido por el logotipo del PSOE? ¿Y si un día una mayoría decidiera que hay que imponer la sharia como ley?
Yo llegué a ser como soy no porque hubiera o faltaran crucifijos en mi niñez ni en mis calles, que los hubo. No se modela al ser humano tan fácilmente, sólo por exhibirle o quitarle de la cara cruces o estatuas o banderas. Pero aun así, el respeto a la libertad de conciencia, a la consideración de todos como miembros de la sociedad en completa igualdad, no puede llevar sino a esta laicidad. La laicidad no ataca a la religión. Eso sí, fastidia mucho a quienes siguen queriendo imponer a los demás sus creencias y que el Estado les deje los balcones y les pague la fiesta.
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