
San Telmo, Xanadú de la Junta, cámara de faraones, vestidor luisino, fachada enjoyada que oculta esta Andalucía de moscas, casona de estos gobernantes que no caben en sí mismos. Todos los millones no les dan para comprarse suficientes espejos, todas las escalinatas son pocas para sus colas de plumas. San Telmo, basílica del poder, orinal de oro, cartón de su gloria, carroza de funcionarios para la ópera que montan con esta tierra. He pasado por un San Telmo como arrasado por la ambición y la egolatría y me ha parecido la misma Andalucía sostenida por leves ganchos, descuajada de su peso y su corazón, sustituida por el cortinaje y sus porteros. Muchos millones de arena, mucho dinero pintado dando un resol de ruina imperial, una podredumbre melancólica como la que conmemoran las estatuas ya abandonadas u olvidadas por aquel día de su lejana victoria. Y me doy cuenta de que tantos millones no rellenan nada, no levantan nada sino guaridas de comilones, tapias y laberintos vegetales contra la realidad y una sombra que estorba indecentemente a la luz. San Telmo se lleva la bolsa de los pobres, las viudas y los enfermos; San Telmo crece en el aire robado a otros, a todos nosotros; San Telmo le hace al poder una hoguera de monedas petrificada. En los palacios, donde hombres tristes y codiciosos, tapados por el lujo, la mentira y los ángeles comprados, viven y mueren en la miseria de sus muchas camas; en los palacios, con el cielo falso de la vanidad y sus lámparas, ya ni si quiera se acurruca la historia, ya no puede ocurrir nada grandioso, ni aun decente. Sí, han perdido la historia y sólo les queda la fiesta de su retrato con mastines, en la que se afanan ahora con dinero público. Estos políticos nos dejarán en herencia pobreza, el recuerdo de su desfachatez y autocomplacencia, y la vista de un palacio donde habitan sus ecos moribundos, su opulencia devastada, la música obscena de sus bandejas y risotadas.
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