Los políticos acompañan a los dioses en su fracaso, cuando el calendario los pone a regalar nueces para engañar a la realidad. Ni paz ni felicidad ni prosperidad ni salvación. Ni el frío es un dulce ni la desnudez es el manto de los reyes recién nacidos. Diciembre es una guadaña, no una fruta escarchada. Un 30% de pobreza merecería una revolución, pero si de algo se preocupan los políticos, como los dioses, es de matar la rebeldía antes que nada. La rebeldía vería enseguida que la santidad son bombillas y que detrás de tanta propaganda política sólo hay miseria. Pero hemos crecido acunados en su larga estafa, borrachos de algún licor o adormidera, asumiendo que los dioses y los políticos traerán todo lo bueno siempre en el futuro y nunca tendrán la culpa de lo malo del presente. Un 30% de pobreza en Andalucía y sus gobernantes en los palacios de invierno, durmiendo como sus caballos o como nosotros mismos. La Andalucía imparable, la Andalucía remodernizada, se queda en este 30% de pobres, esta verdad descalza, esta verdad con las ventanas rotas, que niega toda la palabrería de la Junta como puede negar a toda una religión un santo llovido. Pobres, somos pobres, con el hambre de nuestros huesos y el frío de nuestros dientes. Somos pobres y más ahora, con todo lo blanco y lo luminoso alrededor ardiendo y saludando, con la Navidad como un tarro de azúcar destapado. Hay canciones y rodajas de cielo por los árboles y los techos, hay cascadas de lazos y mentiras puestas ante nuestros ojos, hay chimeneas por las que se van aleluyas y espíritus decapitados, hay ladrones que se llevan los regalos como urracas, hay políticos tamborileros celebrando su desfachatez y su fracaso. Somos pobres pero ni a los dioses colgados por sus alas ni a los políticos ahítos de desidia les estropeará eso el peinado que ahora se hacen con plata y con cometas.
15 de diciembre de 2008
Los días persiguiéndose: Pobres (12/12/2008)
Aquí no se visten de Santa Claus como en la Gran Manzana, con gorros de calcetín y barbas de caldo de fideos, mientras la nieve toca las campanas y las monedas en las manos parecen peces de colores. La Navidad es más de Dickens que del Evangelio. Cuando imaginamos que hay ángeles tallados en hielo, en pan o en nube, llevando a pacer a las estrellas con ese frío de los pastores, los pobres sueñan que el Niño Jesús es un pavo asado o un décimo de lotería o un trabajito fijo. La Navidad deja a las ciudades en su esqueleto de luz y a los pobres quizá en villancico. Pero nuestros pobres no se visten de campanilleros, no están haciendo belenes vivientes ni espantapájaros en la calle, sino que ya son la ciudadanía, la multitud tendedera de las barriadas, de los expedientes de regulación de empleo, del trabajo basura, del paro con migotes. Nada menos que el 30% de los andaluces nos dicen las estadísticas que malviven por debajo el umbral de la pobreza, y casi medio millón en la pobreza extrema. Andalucía tirita de verdad, no como el cielo y los árboles de esta época, acetato temblando que nos ponen por delante. Abrazamos a los corderitos, los dioses montan en burra, la luz baja en trineo de sus altos escaparates, pero todos estos pobres, tantos pobres, niegan la Navidad como la política, las dos igual de mentirosas, trucos que sólo creen los niños y los animalillos, los únicos seres que pueden vivir de los colores, de las caricias y de las bolitas que ruedan por el suelo.
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