Un político que llama “populismo” a que le exijan soluciones tendría que renunciar como un rey mago que no sale porque hace mal tiempo. La gente, en su amontonamiento para la glorificación o para el desprecio, merece de los políticos diferentes términos que suelen usar interesada y equivocadamente. Cuando sirve a sus intereses, se trata de “legitimidad democrática”; cuando no, es “demagogia” o, ya ven, “populismo”. Yo creo que Chaves quería decir “demagogia” y no “populismo”, que es otra cosa (según la división bidimensional del espectro político, es la ideología con escasas componentes tanto de libertad individual como económica). En cuanto a la demagogia, es una palabra comodín muy útil para esquivar todo lo incómodo o lo peligroso. En principio, significa el recurso a los sentimientos más viscerales y primarios de la plebe, pero la exigencia de justicia, honradez, capacidad, competencia y esfuerzo a los políticos difícilmente se puede tachar de “demagogia” sin que la palabra quede enfangada de cinismo y desfachatez. Ellos, sin embargo, lo hacen constantemente y hasta les suena a martillo dialéctico. Cuando nos castañetean los dientes y los bolsillos crían carámbanos, pedirles a los gobernantes que hagan algo, que actúen, que gobiernen, les parece “populismo” o “demagogia”, a elegir entre esas dos tonterías. Ante la crisis, cataclismo que nos mandó la fatalidad desde lejos como un hacha, Chaves se lava las manos, se encoge de hombros, se encierra en casa y sólo saca palabras paragüeras.
Estamos abandonados por la magia y por la política, ahora cuando la Navidad parece un cepo enterrado en lo blanco. Se escaquean los querubines y los gobernantes, se ponen sombrero los árboles y se acurrucan en la leñera los que deberían salvarnos. La crisis y el desempleo no están en las manos de Chaves, que habla contra el viento. Los políticos que elegimos sirven tanto como las frutas y conjuros que colgamos. Es la época de la renuncia y del consuelo de los tontos. Miramos escaparates igual que las piscinas de los ricos tras una tapia y sólo nos dicen que todo pasará como las estaciones, como el carro del sol bajo su cueva, como el camión que barre las lágrimas de los pobres como pisadas. Y si acaso un impulso de rebeldía se impone al tedio y nos descuaja de la butaca, los políticos dirán que nuestra hambre y nuestra rabia son populismo y se retirarán a pasar, en silencio, el invierno caliente y cobarde de los osos.
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