18 de diciembre de 2008

Los días persiguiéndose: Populismo (18/12/2008)

Con la nariz pegada al cristal, el personal sueña y mira en los escaparates de la Navidad cómo los pavos se pelean con el chocolate y las teles planas vierten cataratas, tan lejos. El calvo de la lotería, que ya no está; el Santa Claus que sólo toma Inistón, como el abuelo; el Niño Jesús que cuelga de los balcones como un colcha portuguesa, todos parecen dimitidos, han renunciado a salvarnos del frío y de la crisis, han cambiado su magia por sabañones. No quedan ni los horóscopos ni los economistas, ni los duendes ni los políticos. Ya escuchamos a Chaves el otro día: “Se hace populismo diciendo que yo tengo en mis manos la solución a la crisis y al desempleo”. ¿Quién nos salvará, con los iconos de la Navidad ahogados en el hielo mientras patinaban y los políticos huyendo cobardemente de la ventisca? La nieve y la crisis llegan de planetas que chocan muy alto, donde no alcanzan ni nuestros mitos que viven en cabañas ni nuestros políticos que se esconden en sus abrigos. A estos mitos y políticos que no sirven para nada habría que tirarlos con el resto de las cáscaras de la Navidad, pero ahí están bendiciendo campanillas y excusándose por los suicidios que provocan.

Un político que llama “populismo” a que le exijan soluciones tendría que renunciar como un rey mago que no sale porque hace mal tiempo. La gente, en su amontonamiento para la glorificación o para el desprecio, merece de los políticos diferentes términos que suelen usar interesada y equivocadamente. Cuando sirve a sus intereses, se trata de “legitimidad democrática”; cuando no, es “demagogia” o, ya ven, “populismo”. Yo creo que Chaves quería decir “demagogia” y no “populismo”, que es otra cosa (según la división bidimensional del espectro político, es la ideología con escasas componentes tanto de libertad individual como económica). En cuanto a la demagogia, es una palabra comodín muy útil para esquivar todo lo incómodo o lo peligroso. En principio, significa el recurso a los sentimientos más viscerales y primarios de la plebe, pero la exigencia de justicia, honradez, capacidad, competencia y esfuerzo a los políticos difícilmente se puede tachar de “demagogia” sin que la palabra quede enfangada de cinismo y desfachatez. Ellos, sin embargo, lo hacen constantemente y hasta les suena a martillo dialéctico. Cuando nos castañetean los dientes y los bolsillos crían carámbanos, pedirles a los gobernantes que hagan algo, que actúen, que gobiernen, les parece “populismo” o “demagogia”, a elegir entre esas dos tonterías. Ante la crisis, cataclismo que nos mandó la fatalidad desde lejos como un hacha, Chaves se lava las manos, se encoge de hombros, se encierra en casa y sólo saca palabras paragüeras.

Estamos abandonados por la magia y por la política, ahora cuando la Navidad parece un cepo enterrado en lo blanco. Se escaquean los querubines y los gobernantes, se ponen sombrero los árboles y se acurrucan en la leñera los que deberían salvarnos. La crisis y el desempleo no están en las manos de Chaves, que habla contra el viento. Los políticos que elegimos sirven tanto como las frutas y conjuros que colgamos. Es la época de la renuncia y del consuelo de los tontos. Miramos escaparates igual que las piscinas de los ricos tras una tapia y sólo nos dicen que todo pasará como las estaciones, como el carro del sol bajo su cueva, como el camión que barre las lágrimas de los pobres como pisadas. Y si acaso un impulso de rebeldía se impone al tedio y nos descuaja de la butaca, los políticos dirán que nuestra hambre y nuestra rabia son populismo y se retirarán a pasar, en silencio, el invierno caliente y cobarde de los osos.

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