26 de diciembre de 2008

Los días persiguiéndose: El brindis (26/12/2008)

Nos tiran la Navidad desde un balcón, nos la regalan cuajada como un yogur de cielo, nos la enseñan en el cajón donde la han metido entre hilo y espejos. El Rey, Obama o el Papa, en la televisión, tras una especie de velo o lago; felicitaciones, bendiciones, discursos, advertencias y buenos deseos para el mundo sumergido en la desgracia de siempre o en esta nueva ceniza del dinero. La estatuas nos hablan en Navidad, como los bosques. No sé si Obama, que parece un bautista, traerá otro Camelot o acaso sólo el show de Bill Cosby. Dudo que el Rey o el Papa puedan hacer algo, con su voz de plata vieja, su magia debilitada y sus dioses de dulce, de adorno, de repisa. Sí sé que nuestros gobernantes, aquí, en esta Andalucía postrada ante su luz y su pobreza, como un portalito, parecen derrotados o durmientes. También ellos cantaron villancicos, en el Parlamento como una iglesia con los ángeles espantados, ese Parlamento donde hacen coros la abulia y los insultos. Será para nada, como esos discursos que se llevan tan pronto los pájaros en el pico, como esos brindis, cristal de anillos contra el cristal del aire que hace lágrimas.

Las estatuas de la Navidad nos hablan, nos cantan y luego brindan. La Navidad es un tapijo pero yo también brindé, con un fondo de reyes y dioses en palmatoria, en la Nochebuena con olor a leña y aceituna. Brindé, aunque recordé aquello de Mahler, el comienzo de La canción de la Tierra, el Brindis por la miseria de la Tierra: “Dunkel ist das Leben, ist der Tod”, “oscura es la vida, oscura es la muerte”. Lo blanco ciega la verdad, más ahora cuando la verdad es un enemigo. Y la verdad, tapada por guindas de luces, me temo que nos deja sólo el harapo del dinero y la muerte de la política. Oscura es la vida, y también la muerte. Y esta frase, recordada en Nochebuena, parece contradecir a las ciudades, a los políticos, al sol y a los dioses. Me doy cuenta de que la Navidad, en realidad, es un malentendido. Suelo atender con cierta conmiseración a los que reivindican su “origen” cristiano, un origen que creen pervertido ahora por el paganismo de Santa Claus, sus duendes y sus centros comerciales. Pero la Navidad es el intento del cristianismo por apropiarse de las mucho más antiguas fiestas saturnales, de las celebraciones solsticiales, las del Sol Invictus que renace y se aúpa justo cuando parece que va a morir llevándose con él a toda la Naturaleza. A Jesús lo pusieron a nacer, mentirosamente, el día en que ya nació Mitra, y antes, el mismo sol, el primer dios. Jesús es otro dios solar, pero su Natividad cercena parte de su significado, que no es tanto el nacimiento como el re-nacimiento. Me hace sonreír esto del origen cristiano de la Navidad, sí... Ay, estos recién llegados, que creen que en ellos comienza todo...

La Navidad es la esperanza de la luz, cuando el sol se vuelve a levantar cabeceando. Pero es mala época para la esperanza. Algo acampanaba el mundo, algo hilaba el cielo con la tierra cuando los jefes del planeta, de los paraísos o de la nación oraban por la resurrección del dinero y de las almas, y yo brindaba entre racimos. Pero recordé la oscuridad del mal, de la ignorancia, de la crueldad, de la ambición, que sigue mandando en todo; eché un vistazo a los políticos y a los gurús que se supone que deben salvarnos, miré a esta Andalucía dormida entre pajas, y sólo pensé eso: Dunkel ist das Leben, ist der Tod. Escribo en la mañana de Navidad, cuando el día parece una naranja abierta, y no sé si me equivoco en mi pesimismo. Sólo sé que quizá deberíamos renunciar a que nos salven los dioses o sus popes, los políticos y sus mentiras, y ser nosotros mismos nuestros propios redentores. Por eso sí brindaría hoy, alegremente.

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