Efemérides. Cumplen años la Constitución y el Pacto de Antequera, como novias viejas y no sabemos ya si amadas, soportadas o traicionadas. Hay un momento en cada historia, como en cada amor, en que se corre el peligro de vivir de los retratos, del nácar de un pasado que a veces se glorifica, más que por convencimiento o costumbre, por la cobardía de no admitir el tedio o el fracaso del tiempo actual. Veo en los informativos de Canal Sur las glorias bien barnizadas de la Constitución y del Pacto de Antequera, que parecen candelabros sagrados paseados por los políticos, algo que podría ser (habría que pensarlo) lo mismo un dios del pueblo que el féretro de un hijo muerto. La Constitución, galeón en el que seguimos viajando mientras cruje, desmaderado por la furia de las autonomías y subastado por una política convertida en negocio... Y sobre todo aquel Pacto de Antequera, a cuenta del que recuerdan en las noticias de La Nuestra, de nuevo, la épica de un pueblo sequizo de libertad e ingenuo de esperanzas. Veo a Chaves en Antequera, revestido como de abad de Andalucía por la efemérides, y parece que celebra su propio cumpleaños o comunión. Veo a Arenas protestar levemente por algo que podría ser el cortinaje del día... Lo que tiene celebrar los círculos de la historia es que el futuro siempre queda durante esa fiesta más lejos o más nublado. El peligro de estas efemérides es que creamos que todo está hecho y cumplido. Pienso, además, si a ese pasado ya rayado y ya índigo lo homenajeamos o más bien lo traicionamos. Celebrar ahora una Andalucía de boda, aquella novia de banderas que fue, y darnos cuenta de lo que han hecho de ella, quizá no merece alegría sino tristeza. Andalucía estancada, petrificada, adormecida, desvalijada, poseída por una casta política dueña de todo, una casta autosatisfecha, sin empuje, heredera sólo de sí misma y de sus comilonas con siesta, como aquellos señoritos. Decido que no me gusta esta celebración en la que Andalucía se diría que se despeña en su propia carroza nupcial. ¿Alguien piensa en el futuro, mientras nuestros gobernantes se recrean en esas fotos de novios de Andalucía, con esa cara de idiotas que tienen en ellas todos los novios?
La culpa de Omaíta. No sólo cumplen años como siglos los papeles y taburetes fundantes de la democracia. También me entero por Sé lo que hicisteis de que Los Morancos celebran tres décadas en los escenarios. Los Morancos son algo así como el talento de un hijo que una madre maruja tiró a la basura, o que terminó arrollado por un carromato de vino y mugre. Tenían (tienen) ingenio para mucho más, pero hocicaron su humor hasta un nivel que ellos creían que les acercaba al pueblo, aunque sólo los hizo chabacanos, patanes y potajeros. Luego se les unió la pereza y en sus esketches daban la pena de los borrachos. Han dejado algunos destellos, cierto, pero no han podido remediar quedar como iconos de la gracia zafia, chillona, ordinaria y además directamente asociada con ser andaluz. Sí, Los Morancos me han hecho sentir vergüenza de ser andaluz, aunque no sea sólo culpa de ellos. La familia de Omaíta nos retrataba como bajunos, incultos, horteras, vagos... Pero lo peor era reconocernos en ellos, comprobar que así son muchos andaluces que vemos por ahí o que nos enseña gozosamente Canal Sur equiparando la vulgaridad con la sencillez o la autenticidad. Los Morancos quizá son culpables de la publicidad de esa manera de ser andaluz. De que el andaluz se siga pareciendo tan exactamente a esa parodia suya, quizá son culpables otros muchos: los políticos o los andaluces todos.
Embajadas. Zarrías en Corea del Sur, en otra de sus embajadas folclóricas o tomateras. En las noticias de la Nuestra parecía que su misión nos salvaba o nos regalaba otro continente. Ha ido a promocionar el flamenco, él que es tan bailón; ha ido a pactar el último amarrijo de una obra u otra excursión a nuestros soles. Zarrías va recolectando el ancho mundo, va trayéndose baratijas que siempre quedan en nada, va con séquito y con importancia a que le reciba un bedel, va con morro y dinero público para traer arena en los bolsillos. Sus viajes cuestan más que sus logros. Todo de estos políticos nos cuesta más que lo que consiguen. De eso viven.
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